lunes, 5 de febrero de 2018

Redes sociales

Las redes sociales son el premio de consolidación para los que tienen una vida gris o, dicho sin ambages, una existencia triste (una vida de mierda). Son la segunda oportunidad virtual para los que se sienten insatisfechos con la realidad. Ahí se hacen fuertes, locuaces, incisivos e incluso atractivos, con pose ensayada y unos filtros. Un peligroso juguete para darle cierto lustre al malogrado recorrido vital de muchos.

En el arte, por desgracia, es común que espíritus pobres intenten brillar en esta ficción digital y no sólo hablo de artistas.

De la vanidad no me quejo, a estas alturas del desastre es un mal menor. Pero lo que si me molesta de las redes sociales es que potencian las bajezas del ser humano, demasiados las utilizan para sus desahogos furiosos y llenos de rabia o directamente para insultar, vejar o acosar a conocidos y extraños. Nos hemos convertido en una sociedad de maleducados y, lo que es peor, de cobardes. En persona son pocos los que se atreven a repetir lo que braman con vehemencia en las redes.

Pero todo esto no es más que el caparazón, el uso epidérmico de las mismas. Las luces y los fuegos artificiales, el cebo o carnada que nos hace picar en el anzuelo. Su verdadera función no es recreativa. Las redes sociales sirven para controlarnos, manipularnos y dirigirnos.

Hemos renunciado a la libertad por un poco de notoriedad en nuestro pequeño e intrascendente mundo. Regalamos nuestra privacidad por el aplauso o alago (like), de un amigo que nunca lo fue, de un antiguo compañero de clase, de un primo lejano o directamente de un completo desconocido. Qué fácil es regalar las cosas valiosas que otros consiguieron (con siglos de esfuerzo), por nosotros.

Las redes sociales, junto a las grandes empresas tecnológicas, comercian con todos nuestros datos. El gran negocio de internet en la actualidad es la venta de datos, los datos que les damos queriendo o sin querer. Vivimos en una encuesta constante en la que no existe ninguna privacidad. Nos hemos convertidos en un producto, una suma de datos, un perfil con el que comerciar o al que manejar-manipular. La información de una persona es intrascendente, pero datos de millones de personas analizados y procesados, constituyen un material muy valioso, que puede emplearse para muchos fines y no sólo comerciales. 

Vivo en este mundo y utilizo las redes en mi trabajo desde hace muchos años, no niego el valor positivo que pueden tener las redes sociales como herramienta laboral, pero los riesgos son muy altos cuando vomitamos alegremente en ellas toda nuestra vida privada. Privado es aquello que debería, por nuestra seguridad, quedar en un ámbito cercano y familiar.

Para paliar ciertos males e intentar equilibrar un poco la balanza, ofrezco una pequeña solución, tal vez un parche momentáneo. Invito a desinformar, a usar internet de un modo crítico, para aprovechar su inmenso potencial, pero sin perder el control. La desinformación como un acto consciente y reivindicativo.

El proyecto La desinformación es poder nació en enero de 2017, todo el que lo desee puede usar esta herramienta tan simple como efectiva.

Más información:
https://www.marcmontijano.com/obras/la_desinformacion_es_poder